17 agosto 2011

La Princesa de Sol. Capítulo 12



Nervios, prisas, un poco de sobresalto y por fin se abre el telón. Samuel sentado entre público la observa con ojos tiernos, es preciosa, casi puede oler su fragancia, inspira y se envuelve en los recuerdos de un amor a punto de romperse.

Llega el descanso y Samuel se levanta para ir a darle ánimos a su amada, cruza el pasillo y llega hasta el camarote, la besa en la espalda y le acaricia el pelo. La princesa vuelve por unos segundos a su ser y lo besa con la pasión que ambos casi han olvidado. Charlan, él la calma como siempre hace. Cierra sus ojos con l yema de los dedos, la abraza y le tararea su canción al oído. Los dos bailan se olvidan de todo.

- Ya estoy lista para salir otra vez. Gracias, realmente eres un encanto, nadie me conoce como tú.

Cuanta razón tienes, piensa Samuel, por eso se que es lo mejor.

La princesa sale del camarote con otro brillo en los ojos. De vuelta al escenario siente como algo no marcha bien, pero continua hasta que los aplausos no la dejan oír nada. Mientras, Samuel a permanecido en su camarote, despidiéndose de todo lo que le recordaba a ella y deja el libro sobre el tocador. Ya está terminado, no me queda más aquí. Se marcha en el momento más alto de los aplausos.

Todo son felicitaciones. Ha triunfado, todos hablan de ella, todos antes de dormir sonreirán por tan gran talento. Se siente feliz, poderosa, como nunca se había sentido. Y entre tanta euforia lo ve, su director, el que la empujó al estrellato, el que ha confiado, el que la ha ayudado. Se acercan el uno al otro, se abrazan y es entonces cuando le susurra al oído: ahora ya solo puedes seguir subiendo, tengo muchos planes para ti, si me dejas voy a conseguir que triunfes. Pero quédate a mi lado, sólo yo conozco lo que necesitas, lo que hay que hacer para sacar tanto potencial. Y como si estuvieran en una burbuja, la besa, la acaricia hasta estremecerla. La hace sentir deseada y le gusta. En ese preciso instante el hada de los sueños usando todo el poder que puede reunir la hace caer en un profundo sueño y la princesa cae como sin vida en los brazos del director. La tumban en el suelo, tratan de hacerla volver. Llaman a un médico que la examina, hasta llegar a la conclusión de que es agotamiento, deben dejarla dormir. La dejan durmiendo en su camarote.

Dormida, profundamente dormida, pero no por cansancio sino por recate. Se encuentra en un castillo. Uno de esos que salen en los cuentos, pero parece que falta algo. Ve un gran salón y una larguísima alfombra roja. El rey, sentado en su trono, deja ver la desesperación en su cara. No deja de moverse, se levanta, pasea, se sienta, rasca su negro pelo y vuelta a empezar. Al fondo en los altos ventanales, la reina, inmóvil, como si de una estatua de sal se tratase con miedo a moverse por si la brisa la fuera a deshacer de un soplo. Mira a lo lejos. Sus ojos parecen secos, ya sin lágrimas para llorar. Sólo se escuchan los movimientos del rey, nadie es capaz de romper aquel matador silencio.

Se acerca a una ventana desde la que se ve el jardín, hace tiempo que nadie lo cuida. El pueblo hacia la derecha no da indicios de vida. Qué lugar tan extraño. En sus recuerdos los castillos de cuentos rebosan alegría, se hacen fiestas, todos comen, ríen, bailan… Pero aquí todo huele triste y sin vida. Pasea por los amplios pasillos, tocando lo todo como si sus manos ansiosas de recuerdos tratasen de conectar algo en ella, algo perdido, algo escondido. Roza muy suave los adornos de las mesas, las molduras de las paredes, los dibujos de los marcos. Y al final del pasillo una puerta que le produce más curiosidad que el resto, con miedo toca la puerta, la acaricia casi recordando una vida oculta. Llega hasta el pomo, lo gira, la comienza a abrir, a sentir, a saborear encuentros, risas, ilusiones. Entra con los ojos cerrados como en un juego, palpa cada rincón.

Al llegar a una foto decide abrir primero un ojo y luego el otro. No puede dar crédito a lo que ve, es ella, vestida de princesa, con un precioso lazo negro en la cabeza y es entonces cuando rompe a llorar. Se da la vuelta y encuentra un señor sentado construyendo un puzle sobre la cama. Se acerca entre sollozos, se abraza a él durante unos minutos antes de recuperar la compostura.

- Soy el restaurador de almas. Ésta que tengo entre las manos es la tuya, pero se han perdido tantas piezas que casi no puedo hacer nada.

En las manos de la princesa aparecen algunas de las piezas perdidas.

- Puede que estas te sirvan, yo ya no se qué hacer con ellas.

- Sólo tienes que querer reconstruirte, yo haré el resto, yo buscaré la forma de que encajen. Pero necesito que busques el resto. Mira tan solo faltan 3. Ve a buscarlas y no te pierdas por el camino, pues eres realmente importante.

La princesa salio corriendo de la habitación, corrió por los pasillos, llegó al salón de los reyes y justo en ese momento despertó del sueño.

- Ahora entiendo tantas sensaciones, recuerdos que golpeaban mi memoria. ¿Cómo he podido olvidar quien soy?

Recuerda la celebración, a Samuel y lo mal que se ha portado con él este tiempo y entonces ve el libro. La primera reacción es sonreír, pues él siempre ha sabido sorprenderla. Tiene una rosa encima, como tantas que le ha regalado. Comienza a leer su historia, sus aventuras. Hasta llegar a la carta. Ahora ya es imposible frenar las lágrimas, ha estropeado lo mejor de su vida y roto el corazón de alguien que la amaba sin condición, sólo por dejarse perder en el olvido y en sus prioridades. Debía volver para encontrar las piezas de su alma pero ahora siente que las ha vuelto a perder todas. ¿Cómo se vuelve a caminar después de esto?

1 comentario:

Samovila dijo...

Me ha matado el final de este capítulo...

Hoy tengo cita con mi restauradora de almas favorita...
Gracias a Dios.