16 enero 2011

La Princesa de Sol. CAPÍTULO 8


La mañana se había despertado sorprendentemente bonita entre aquellos blancos, negros y grises en los que la bruja la había sumido todo. Era agradable pasear, pero el sol parecía no tener fuerza y no calentaba la piel. La princesa siguiendo las indicaciones de la mujer de la aldea, se adentró en el bosque. Poco a poco los árboles se hacían más retorcidos y enrevesados. Algunos habían invadido el espacio natural de los otros y se habían entrelazado. Podías sentir todo lo que aquellos árboles contaban, si te parabas un rato a escuchar el silencio, la brisa arrastraba una suave voz que contaba las historias del bosque. Pero la princesa había olvidado también lo mucho que le gustaban las historias de otros y siguió caminando sin hacer caso a lo que los árboles ardían por contarle. Como nadie les dio boca para hablar, sólo se podían comunicar a corazones abiertos a lo extraordinario. Y el corazón de la princesa se encontraba hechizado.

La luz del sol era cada vez más débil y ya no irrumpía entre las hojas de los árboles, parecían unos rayos cansados de iluminar un mundo que no quería ser iluminado. El duende del sur temía que el sol triste y frustrado se diera de baja por depresión.

Siguió caminando hasta detenerse delante de una secuoya gigante exactamente igual que en la que solía jugar en palacio. Era robusta y de gran belleza. Muchos piensan que son árboles demasiado grandes y no son capaces de apreciar todos los encantos que encierran, solo se dejan llevar por su apariencia tosca. La princesa tuvo una extraña sensación familiar, pero no sabía dar nombre a lo que sentía. De repente una brisa aterciopelada rozó su mejilla derecha, más tarde la izquierda, seguidamente sintió un abrazo de aromas que la envolvían, pero la bruja había hecho muy bien su cometido, la princesa no lograba recordar nada. Continuó su camino dejando a un lado posibles recuerdos que trataban de salir.

Tras unos pasos acelerados, la princesa encontró una gran verja de forja. Usted a llegado a la gran ciudad, eso ponía el cartel de la entrada, lugar donde todos los sueños se hacen realidad, hay mil oportunidades sólo tienes que buscarlas y luchar por ti. Buena presentación, aquí podré hacer lo que yo quiera, pensó.

Tardó un rato en encontrar la manivela, pero al final consiguió alcanzarla y abrir la puerta. Con un poco de miedo entró mirándolo todo y a todos. Hombres y mujeres caminaban de un lado para otro. Prisas, prisas y más prisas. Nadie se miraba, parecían individuos solitarios sin necesidad de encontrarse con otros. Los niños jugaban con maquinas que ella nunca había visto, es más ni si quiera las habría imaginado.

Tenía la sensación de que algo la empujaba a actuar de la misma manera, era como un hechizo. Todo aquel lugar parecía como producto de alguien atormentado y no se equivocaba. La bruja Jacinta al marcharse del reino creó su propio mundo absurdo y sin sentido, así todos sus pensamientos no eran muy descabellados al ser comparados con aquellos seres hechizados. Todo el empeño de la bruja radicaba en no resultar la peor parada.

El encantamiento era muy poderoso y la princesa no tenía las fuerzas para resistirse. Empezó a moverse entre la masa de gente, sin tocar y sin mirar a nadie. Las preocupaciones comenzaron a invadir su cabeza. Los malos pensamientos brotaban como si no costase. La princesa tenía ganas de llorar por todo. Estaba irascible y todo le molestaba. Siguió y siguió igual que el resto, caminando.